La inteligencia artificial ha dejado de ser cosa del futuro. Hoy, está a nuestro alcance y, con un poco de creatividad, puede convertirse en una aliada poderosísima para analizar, ilustrar y comunicar temas complejos. Este artículo es el ejemplo perfecto. En menos de una hora, logré investigar, resumir, visualizar y narrar un tema tan profundo como las elecciones en el Poder Judicial. ¿Cómo lo hice? Con tres herramientas clave: STORM de Stanford, ChatGPT-4o de OpenAI y Notebook LLM de Google.
Paso 1: La investigación con STORM (Stanford)
Todo empezó con una pregunta: ¿cómo se eligen realmente los jueces en los sistemas democráticos? Para responderla, utilicé el repositorio STORM de la Universidad de Stanford, una plataforma que ofrece estudios generados por IA sobre temas complejos y actuales. Allí pude generar, por medio de una mesa redonda simulada y virtual, un artículo detallado titulado “How Judicial Functionaries Should Really Be Elected in a True Democratic State”, que analiza modelos de selección judicial en varios países, incluyendo el controvertido caso de Bolivia, pionero en elecciones judiciales directas.
En segundos, tenía frente a mí un documento con más de 40 secciones de contenido riguroso, estructurado y con referencias de primer nivel. ¡Una joya para cualquier analista!
Paso 2: El resumen y la narración con ChatGPT-4o
Una vez que tuve el documento, necesitaba convertir toda esa información técnica en algo más digerible. Aquí es donde ChatGPT-4o (sí, esta misma inteligencia que estás leyendo ahora, y me ayudó a preparar este texto) me ayudó a estructurar los puntos clave, entender los matices entre elecciones judiciales y nombramientos, y generar un resumen claro que pudiera compartirse en redes, en audio o en video.
Además, le pedí una imagen ilustrativa para acompañar un audio resumen. El resultado fue una escena hiperrealista de dos personas dialogando en claroscuros, representando la dualidad entre independencia e influencia política, con el texto “Elecciones en el Poder Judicial”. Preciso, directo y visualmente potente.
Paso 3: El soporte técnico de Notebook LLM de Google
Mientras tanto, Notebook LLM de Google se convirtió en mi asistente técnico. Esta herramienta me ayudó a organizar los fragmentos, transformar los resúmenes en formatos de presentación, y preparar el material de audio, para integrarlo en mi blog de WordPress. Lo mejor de todo: con una interfaz colaborativa y fluida, sin necesidad de grandes conocimientos de programación.
¿Qué aprendí de este experimento?
Que estamos viviendo una nueva era en la forma de aprender, analizar y comunicar. Con el apoyo de estas IAs:
Accedí a una fuente confiable y académica (STORM)
Comprendí y reformulé los hallazgos con lenguaje accesible (ChatGPT-4o)
Organicé y presenté el contenido de forma profesional con audio en español, para narración del resumen (Notebook LLM)
Y lo mejor: todo el proceso —desde la idea hasta la imagen final y los créditos— tomó menos de una hora.
Conclusión
Este experimento no solo me permitió entender un tema complejo, sino que me demostró que hoy, cualquier profesional curioso puede ser también un comunicador eficiente. Solo necesitas saber qué quieres explorar y dejar que las herramientas adecuadas te ayuden a darle forma.
Si quieres ver el resultado visual y escuchar el audio resumen, te invito a visitar mi blog y seguir esta serie de publicaciones donde seguiremos probando cómo la inteligencia artificial puede ayudarnos a aprender, explicar y transformar.
Imagen de un Renault Alliance 1982, generada por ChatGPT 4o.
Primer momento: La meta que parecía lejana
Hijo, hay días en los que uno se despierta con una idea fija en la cabeza, como una nota sostenida que no deja de sonar. En mi caso, esa nota era un coche. No por lujo ni vanidad —aunque debo confesarte que sí soñaba con la libertad de recorrer la ciudad sin depender del transporte público ni de horarios ajenos—, sino por lo que significaba: independencia, logro, un paso firme hacia la adultez.
Era el año de 1992. Yo trabajaba entonces con un compañero al que todos llamaban Juanito. Él tenía un Renault Alliance Coupé, gris plata, de líneas sencillas pero con un encanto difícil de explicar. No era un coche nuevo, ni mucho menos moderno. Pero cada vez que lo veía llegar al trabajo, estacionarse con suavidad, apagar el motor y bajarse con ese aire de quien tiene control sobre su día… sentía que ese coche tenía algo especial.
Así comenzó la idea. Y como tantas otras cosas en la vida, primero pareció inalcanzable. Tenía algo de dinero ahorrado —no mucho— y un salario que apenas alcanzaba para mis gastos básicos. Pero el deseo persistía. Y más importante aún: empecé a hacer cuentas, a calcular, a recortar gastos innecesarios, a trabajar horas extras. No lo vi como un sacrificio, sino como una prueba. Como esos juegos en los que uno va juntando monedas para llegar al nivel siguiente.
Un día, sin anunciarlo, Juanito me dijo que pensaba vender su coche. Le pregunté cuánto pedía por él. Me dio la cifra: el equivalente, en ese entonces, a unos \$10,000 nuevos pesos. Supe que era el momento. No tenía toda la suma aún, pero él confió en mí. Me dio un plazo corto para completarlo y cumplí. Lo logré con mis propios medios. No pedí prestado. No hubo regalos ni favores. Sólo mis manos, mi tiempo, y esa fuerza interna que uno encuentra cuando tiene un propósito claro.
El día que me entregó las llaves, sentí algo parecido a lo que debe sentir un alpinista al llegar a la cima. No era sólo un coche. Era la prueba tangible de que yo podía. Que era posible transformar esfuerzo en libertad. Que los sueños, incluso los modestos, pueden tener el dulce olor del asiento de vinil y el rumor constante de un motor encendido.
Y así, hijo, fue como comencé a escuchar por primera vez el rumor del motor propio.
Segundo momento: Aprender a conducir sin soltarse del alma
Hijo, uno cree que lo difícil es conseguir el coche. Pero el verdadero aprendizaje empieza después, cuando te sientas por primera vez frente al volante y entiendes que todo ese metal, esa máquina, esa responsabilidad… depende de ti.
Recuerdo esa primera tarde como si la conservara en una caja de cristal. El Renault Alliance Coupé estaba estacionado frente al taller de Juanito. Me entregó los papeles, las llaves y me dio una palmada en el hombro, como si me hubiera pasado una antorcha. Me senté en el asiento del conductor, ajusté los espejos, puse ambas manos sobre el volante… y escuché el silencio que se da antes de encender algo que cambiará tu vida.
Giré la llave. El motor ronroneó. No era un rugido salvaje, sino un sonido contenido, obediente, como si el coche mismo supiera que ahora estaba en nuevas manos. No tardé en darme cuenta de que no bastaba con saber manejar: había que aprender a cuidar, a escuchar, a comprender.
Ese coche no era perfecto. Tenía achaques. A veces costaba que encendiera en frío. Los frenos respondían con cierta timidez y el velocímetro parecía bailar cuando pasaba de los 70. Pero a pesar de eso —o quizá por eso mismo—, desarrollamos una especie de entendimiento. Yo le hablaba con mis cuidados y él me respondía llevándome, sin quejarse, de casa al trabajo, del trabajo a los paseos, y a veces, simplemente a manejar sin rumbo, por el placer de estar en movimiento.
Hubo veces que me detuve en semáforos largos y pensé en todo lo que había dejado de comprar, en las comidas sencillas que preparaba en casa, en los fines de semana sin cine, todo por pagar ese coche. Pero no me pesaba. Al contrario. Saber que estaba ahí gracias a mi empeño lo hacía más valioso. Era como si, al conducirlo, también me condujera a mí mismo.
Y fue en esos trayectos breves, entre semáforos y avenidas, donde empecé a intuir algo que después entendí mejor con los años: que hay objetos que, si se consiguen con esfuerzo, dejan de ser cosas y se vuelven parte de uno. No por lo que valen, sino por lo que dicen de ti.
Así fue, hijo, como aprendí no solo a manejar, sino a reconocerme en cada vuelta del volante, sin soltarme del alma.
Tercer momento: Bajo la tormenta, un refugio con ruedas
Hijo, hay días en los que el cielo se cierra tan de golpe que uno se siente pequeño, indefenso, como si la naturaleza quisiera recordarnos nuestra fragilidad. Aquel día fue así. Íbamos camino de regreso tras una visita a clientes en el Bajío. Tres compañeras del trabajo venían conmigo en el Renault Alliance Coupé, que para entonces ya era mi cómplice de tantas rutas.
Tomamos la carretera hacia San Miguel de Allende, bajo un cielo gris que, como un presagio, se fue oscureciendo más de lo normal. Recuerdo el instante exacto: estábamos justo en el cruce con la autopista, cuando el aguacero cayó como si alguien hubiera volcado el mar entero sobre nosotros. El parabrisas apenas podía con el ritmo de la lluvia, el viento soplaba con furia, y los relámpagos iluminaban fugazmente el interior del coche como escenas de una película.
No podíamos seguir avanzando. La visibilidad era nula, el asfalto se volvió un espejo traicionero, y los demás autos buscaban refugio como podíamos. Así que frené con cuidado, activé las luces intermitentes y nos quedamos ahí, en medio de la tormenta, envueltos en el sonido insistente de las gotas golpeando el techo.
Dentro del coche, la atmósfera era otra. Una de mis compañeras temblaba en silencio, mirando por la ventana con los ojos muy abiertos. Otra, que solía reír de todo, esta vez se encogió en su asiento. Pero la tercera… la tercera empezó a rezar. Lo hizo con una voz suave, pero firme, como quien sabe que a veces, en la vida, hay que pedir ayuda más allá de lo visible.
Y ahí estábamos, los cuatro, apretados dentro de aquel coche que no era nuevo, ni blindado, ni grande. Pero era nuestro escudo. Ni el agua entró, ni el motor se apagó. El Renault resistió. Como un viejo amigo que no se rinde cuando más lo necesitas.
Pasaron casi cuarenta minutos. La tormenta, como todo lo que parece eterno, también terminó. Poco a poco, el cielo fue dejando pasar algo de luz, y los truenos se alejaron. Las manos me dolían de tanto apretar el volante, pero nunca sentí miedo. Porque, de algún modo, ese coche —mi coche— me dio la certeza de que podía mantenernos a salvo.
Aquel día entendí algo más: que hay vehículos que no solo te llevan de un punto a otro. A veces, también te enseñan a tener calma en medio del caos. Y a ser refugio para otros.
Cuarto momento: Venderlo para ver más claro
Hijo, los caminos que uno recorre con el corazón no siempre tienen señales visibles. A veces, las decisiones más importantes se toman no porque uno quiera dejar algo atrás, sino porque hay algo más adelante que necesita ser visto con claridad. Literalmente, en mi caso.
Aquel Renault me había dado tanto. Libertad, orgullo, refugio, historias. Pero con el paso del tiempo, mis ojos ya no veían igual. Miopía y astigmatismo me acompañaban desde la adolescencia, y para entonces ya cargaba con más de cinco dioptrías. Mis lentes eran una extensión de mí, pero también una barrera. Sentía que había llegado el momento de tomar otra decisión importante: operarme los ojos, dejar atrás esa dependencia y, con suerte, ver el mundo con otros ojos… los míos, sin intermediarios.
La operación no era barata. Los ahorros no alcanzaban. Y entonces miré mi coche, como uno mira un viejo libro lleno de notas y páginas dobladas. No lo vi como algo que perdía, sino como algo que podía transformarse una vez más en una herramienta de avance. Así como me había dado movimiento, ahora podía darme visión.
No fue una decisión fácil. Pero lo ofrecí en venta. Y, casi como un gesto simbólico de cierre perfecto, lo vendí por prácticamente la misma cantidad por la que lo compré: unos \$10,000 nuevos pesos. Lo entregué con una mezcla de nostalgia y gratitud, como quien despide a un compañero que cumplió su misión.
El día de la operación, mientras me preparaban en la clínica, recordé los trayectos en aquel Coupé, los caminos recorridos, la lluvia que una vez nos rodeó, y el rugido firme del motor que nunca me falló. Cerré los ojos una última vez con mis lentes puestos, y supe que, al abrirlos, algo sería distinto para siempre.
Porque hay logros que se alcanzan con las manos, otros con el alma… y otros con decisiones que duelen un poco, pero iluminan el camino.
Ese fue, hijo, el día que vendí mi primer coche. No por falta de amor, sino por amor a ver con mis propios ojos todo lo que aún me faltaba por recorrer.
Quinto momento: El eco que queda cuando el motor calla
Hijo, el Renault Alliance Coupé ya no está. No conservo fotos suyas, y quizá si lo viera hoy estacionado en alguna calle, me costaría reconocerlo entre tantos coches más nuevos, más brillantes, más veloces. Pero te aseguro que, si lo escuchara encender, sabría que es él. Porque hay sonidos que se quedan en la memoria como un eco suave, como una promesa que se cumplió.
Hoy quiero contarte todo esto no para hablar de coches, sino para hablar de logros. De esos pequeños triunfos que uno se gana con las propias manos, sin atajos ni aplausos. Comprar ese coche fue una de las primeras veces que sentí que podía cambiar mi mundo con trabajo constante, con paciencia, con cabeza fría y corazón firme.
Y por eso te lo cuento ahora, justo cuando tú estás pensando en comprar tu primer vehículo. No importa si será grande o pequeño, nuevo o usado, elegante o sencillo. Lo que importa —lo que de verdad queda— es que lo consigas con tu propio esfuerzo. Que cada vez que pongas las manos sobre el volante, sientas que es un reflejo de tu camino, no de la ayuda ajena ni del azar.
Con ese coche aprendí a manejar, sí, pero también aprendí a cuidarme, a tomar decisiones difíciles, a proteger a otros en medio de la tormenta, y a ver más claro —en todos los sentidos— gracias a él. Por eso, aunque el motor calló hace mucho, el eco de lo que significó sigue vivo en mí.
Mi deseo para ti, hijo, es que vivas algo parecido. Que tengas la oportunidad de experimentar la satisfacción serena que da conseguir algo por tus propios medios. Que disfrutes el lujo silencioso de lo logrado con dignidad. Y que un día, quizás muchos años después, puedas contarle a alguien más —con una sonrisa honesta— el rumor de tu propio motor.
Interesante análisis, ¿como podría ser una ejercicio similar, aplicado al ambiente mexicano? Además está la consigna del discurso que no es necesario una educación formal, versus conseguir resultados inmediatos y tangibles, ante la aceleración y liquidez que demandan las dinámicas económicas y sociales actuales. Es cuanto.